miércoles, 15 de mayo de 2013
Espero curarme e ti...
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
Creí que era la única.
Así sucede cuando te enamoras de un personaje ficticio, de un mundo de fantasía, fantasía en la que muchas veces quisiera habitar.
El llanto de la prole de Minos
Preferencia bipolar me lleva errante y naufragado
por los pasadizos y arroyos de la vida.
Soledades necesarias son las tardes
cuando me acusaron de traiciones.
¿Quiénes son ustedes
que se ocultaron detrás de mi ingenios?
Amordazan el alma de mis versos
para que yo no pueda resaltar
entre las ramas de mi especie
Y conquistar así ese sexto continente
que aguarda la pisada del poeta
para que cultive la Tierra de los Versos
Y coseche en primavera
la prosa que sembró el déspota invierno.
Pasados silogismos atacaron el frente de mi verso;
luego de reflejar en un espejo blanco
las cualidades enemigas
No detecté entonces intenciones de contienda
en el campo, en el país… ni en la Ciudad de la Memoria
Y me apené bastante al enterarme
que los libros de mi esfuerzo
eran quemados por mí mismo.
Cuando el Matador apareció
miré por la ranura hacia el fondo de mi pecho.
El Toro quería comer la carne de mis niños
para que yo no pudiera levantarme.
Fatigadas cursivas rellenaron utópicos papiros;
Negación de lo trivial arrastra consigo el beneplácito;
Catedráticos deseos intentaron explayar mejor el arte;
Pero en horribles verborragias culminaron sus cuartetos.
¡Ay, dolor, angustia y carne de mi carne!
Mis hijitos no pudieron prosperar
en el mundo al que los traje.
Y yo aquí quedé tratando
de darle nueva vida a sus pechitos.
El mal ganó por varios cuerpos
en la carrera de la vida.
Frágiles huesecitos oí quebrarse
cuando el Minotauro les embistió con su corrida.
Sus cabecitas chocaron con el cuerno
que venía a topetarlos
desde un recodo ensombrecido
de esta infinita ciudad de galerías.
Y yo quedé paralizado:
Silencioso miré al Malo
escarbando con sus hachas bipolares
el tierno pecho de mis hijos
en una siniestra cirugía
que fosilizó a mis intensiones.
El toro desangró
las arterias de mis niños.
Pensar veloz es el que arruinó la mar en calma.
Parece la metáfora repetidos códigos inciertos.
Y el buscado alivio por fin halló el prosaico
cuando el Maldito rumió para su cama.
Partidor de mi alma tiene un nombre:
Minotauro
Suscribirse a:
Entradas (Atom)